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6/4/10

«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»

MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA

Lecturas: Hechos 2, 36-41 // Salmo 32 // Juan 20, 11-18

¡Aleluya! ¡Cristo Vive! ¡Ha resucitado!

María Magdalena ante Jesús resucitadoHoy el evangelio, vuelve a contarnos uno de los encuentros con el Señor resucitado. El evangelista Juan nos narra la experiencia personal de encuentro con el resucitado de María Magdalena. Ella, que pertenecía al grupo de los que acompañaban a Cristo, que le había visto tantas veces predicar, curar, sanar… Rota por el dolor de contemplarlo destrozado en la cruz y depositado en el sepulcro se acerca al mismo para ofrecerle su último gesto de amor y filial entrega: va a ungir su cuerpo.

Cuando se asoma al sepulcro llorando ve a dos ángeles pero no ve a Jesús. Se entabla un diálogo entre los ángeles y María Magdalena: ¿Por qué lloras? Porque se han llevado a mi Señor. Está tan metida en su sufrimiento y dolor, que no es capaz de reaccionar ante la aparición de los ángeles, es el mismo Jesús el que se dirige a ella y le vuelve a preguntar: ¿mujer por qué lloras?

María sigue en su mundo, en su sufrimiento, no reconoce al Señor, cree que es el hortelano.

El Señor Resucitado se hace cercano en nuestros sufrimientos, en nuestro dolor. Pero nos metemos tanto en el dolor y en nosotros mismos, que esto nos impide reconocerle a nuestro lado dispuesto a ayudarnos.

Jesús, le dice ¡María! Y es, al oír su nombre, cuando se produce el encuentro personal, cuando le reconoce: ¡Maestro!

Jesús le hace caer en la cuenta de su nueva condición gloriosa, de su nueva realidad, no puede tocarlo, no puede palparlo… no es lo mismo, es el cuerpo glorioso y resucitado de Cristo.

Jesús le manda: ¡Ve y dile a mis hermanos…! De nuevo el envío, Cristo no quiere de nosotros la mera contemplación, no quiere nunca que el encuentro de nuestros corazones con su sagrado corazón se que de en la intimidad de nuestras vidas. Quiere que lo proclamemos, que compartamos el gozo de estar con él a todos los que nos rodean, para que ellos puedan también experimentar su cercanía, su presencia, su Vida.

Que egoístas somos cuando no proclamamos nuestra experiencia de fe, nuestra cercanía de Dios. No podemos quedarnos en nosotros mismos, todo el mundo tiene el derecho y nosotros la obligación de conocer a Jesús a través de nuestro testimonio gozoso. No valen excusas, no hay pretextos, debemos anunciar la buena noticia de la Resurrección. María Magdalena, fue y anunció. Nosotros, si hemos vivido la experiencia gozosa de la Pascua tenemos que salir y anunciar, tenemos que vivir anunciando, tenemos que exhalar la Gloria de Dios por todos los poros de nuestro ser. Llenos de Dios tenemos que rebosar gracia para los que nos rodean. Deben notar que estamos plenos de Gracia. Que nuestro encuentro dominical con Cristo en la Eucaristía nos haga transmitir gozo, esperanza, amor, caridad… a todos los que se acerquen a nosotros. El mundo está falto de las alegrías del resucitado, está falto de la luz de Cristo y nosotros debemos ser las luminarias que con nuestro testimonio llevemos la luz al mundo.

Si cada uno de nosotros nos propusiésemos en la vida proclamar nuestra fe a dos amigos, vecinos, compañeros, etc seguro que la fe crecería instaurando el Reino de Dios en medio del mundo. Cambiaría nuestra sociedad, nuestras vidas, nuestras relaciones, todo sería distinto. Que el Señor Jesús nos conceda a todos saber buscarle y encontrarle cercano y presente en nuestras vidas. Nuestra fe no está muerta, es Vida, vida que lleva al gozo pleno a la felicidad plena, a la alegría infinita de la Gloria.

Que Dios os bendiga a todos y os colme de su Gracia.

Tomás Pajuelo. Párroco

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