Rogatorias

Buscar...

Categorías

Archivo de noticias

7/4/10

«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?»

MIÉRCOLES DE LA OCTAVA DE PASCUA

Lecturas: Hechos 3, 1-10 // Salmo 104 // Lucas 24, 13-35

¡Aleluya! ¡Cristo Vive! ¡Ha resucitado!

Los discípulos de Emaus. Abraham Bloemaert. 1622Escuchamos hoy en el evangelio de San Lucas, uno de los relatos eucarísticos y de encuentro con el Resucitado más impresionantes y entrañables. El relato de los discípulos de Emáus.

Los dos de Emáus vuelven a su casa destrozados, han sido testigos de lo más monstruoso en sus vidas, han contemplado como asesinaban a su Maestro, como lo azotaban, se mofaban, etc… pensad por un momento que a la persona que más queréis, que es vuestro modelo, lo vieseis morir de la manera que murió Jesús. Nos podemos imaginar así como irían los de Emáus, cuan grande era su desolación…

En esa penar, ese vació interior, se hace presente el Señor Resucitado, se acerca a ellos y les dice ¿De qué habláis? Su dolor es tal que no le reconocen, no son capaces de darse cuenta que Jesús está hablando con ellos. Es lógico, lo último que podían pensar y esperar es que al que habían visto destrozado en la cruz pudiese ser el extranjero que camina a su lado. Como mucho pensarían ¡como se parece este hombre al maestro! Pero humanamente era inconcebible que aquel forastero fuese el crucificado.

Nosotros, muchas veces, estamos tan metidos en nuestra humanidad, nuestro sufrimiento o dolor, que es imposible reconocer a Cristo que camina a nuestro lado. Nos parece imposible que Dios esté en nuestro dolor, en nuestro sufrir, en nuestra vida. Nos dejamos llevar del mundo que dice que Cristo nos ha abandonado y nos ha dejado en el dolor. Como los de Emáus, el árbol nos impide ver el bosque, el sufrimiento nos impide ver el remedio para ese sufrimiento.

Jesús comienza a explicarles las escrituras, les va “evangelizando”. La Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo hoy, nos enseña su Palabra, nos explica las Escrituras. Cuando Jesús les está explicando las Escrituras sienten que sus corazones van inflamándose en Amor de Dios. Si nosotros escuchamos con amor la Palabra de Dios que se proclama en la Iglesia, sentiremos también arder nuestros corazones en el amor divino.

Es tal la sintonía que se produce entre los discípulos de Emáus y aquel forastero, que cuando llegan a casa le invitan a cenar, a compartir la mesa con ellos. Si de verdad sintonizamos con la Palabra de Dios, sentiremos la necesidad de quedarnos a “cenar” con Él, a comulgar, a participar de verdad en la Eucaristía.

Los de Emáus le reconocen al partir el pan, le reconocen en el gesto que el propio Jesús en la Última Cena había instituido. Es una clara referencia eucarística, le reconocen después de escuchar y orar su Palabra y de participar en el gesto de la Fracción del Pan.

Nosotros en cada Eucaristía, después de escuchar, orar y reflexionar la Palabra de Dios estamos invitados y preparados a reconocer a Cristo presente en el Pan y el Vino, en los dones Eucarísticos. Tomar conciencia que en cada altar, tras las palabras de la Consagración es el mismo Jesucristo el que se hace el encontradizo en nuestras vidas para que podamos experimentar la cercanía de Dios. Cada Eucaristía es la actualización de este pasaje de los discípulos de Emáus, es tomar conciencia que debemos vivir la misa progresivamente: escuchando, orando, buscando el encuentro, reconociendo a Cristo en el altar.

En cuanto se dieron cuenta salieron corriendo a anunciarlo a sus amigos. ¿ Por qué nosotros después de cada Eucaristía, en la que nos hemos encontrado con Cristo Resucitado, no salimos a anunciarlo llenos de gozo y alegría?

Que Dios os bendiga a todos y os colme de su Gracia.

Tomás Pajuelo. Párroco

0 comentarios:

Publicar un comentario

Desde la afinidad o la discrepancia, pero siempre con respeto, te animamos a participar.

Por unas mínimas bases de hermandad, afecto y consideración, los comentarios anónimos inapropiados serán borrados.