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8/4/10

«Paz a vosotros»

JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA

Lecturas: Hechos 3, 11-26 // Salmo 8 // Lucas 24, 35-48

¡Aleluya! ¡Cristo Vive! ¡Ha resucitado!

Icono que muestra la escena de la aparición de Jesús a sus discípulosSeguimos escuchando en este jueves de la octava de Pascua, esta semana de alegria y de vida, por la resurrección, la continuación del Evangelio de ayer. Los discípulos de Emáus se vuelven corriendo a Jerusalén para compartir, proclamar, su encuentro con el Señor Resucitado. Le cuentan a los discípulos lo que les ha ocurrido en el camino de su aldea y como ellos iban destrozados y tristes y Jesús salió a su encuentro. Los de Emáus no pueden callar, no pueden guardarse lo que les ha pasado.

Pensemos por un momento en cada uno de nosotros, en nuestras vidas de fe y de entrega a Dios. Todos los domingos, y muchos de nosotros todos los días, nos encontramos en nuestras Eucaristías con Cristo Resucitado, con Cristo Vivo. ¿Se produce en nosotros esa alegría? ¿El qué nos ve salir de la Celebración Eucarística nota la alegria, la transformación de nuestra existencia? ¿Verdaderamente salimos corriendo a anunciar que Cristo está vivo? Por desgracia no es así, muchas veces el que nos ve salir de nuestras Iglesias y ve nuestras caras, se le ocurre de todo menos entrar ahí. ¿Es normal que amemos a Cristo, que creamos en El y qué no se nos note nada?

Los primeros cristianos convirtieron al todopoderoso imperio romano con el testimonio de sus vidas: “¡Mirad cómo se aman!”. Quizás sea necesario que cambiemos y que transmitamos el gozo del encuentro con el Señor en cada momento de nuestra jornada. Pero, ¿Se produce este encuentro? ¿Abrimos nuestras vidas a Cristo Resucitado?

Los discípulos está asombrados con lo que cuentan los de Emáus y en ese mismo momento el propio Jesús aparece en medio de ellos: “¡Paz a vosotros!” y ellos en vez de alegrarse se alarman, no le reconocen… A pesar de lo que les acaban de contar sus compañeros, a pesar de estar viéndolo, tiene Jesús que enseñarles sus heridas, las huellas de su terrible martirio para que crean.

Nosotros, recibimos el testimonio de las Escrituras, recibimos la predicación de la Iglesia que nos dice: “este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…”. “Este es el Sacramento de nuestra fe” ¿Y lo creemos? ¿Lo vivimos?

Creo que tenemos que pedirle mucho a Dios para que lo vivamos más profundamente, lo amemos más sinceramente, lo anunciemos más convincentemente. El futuro de la Salvación del mundo está en nuestras manos, lo que seamos capaces de transmitir es lo que podrán experimentar nuestros contemporáneos. Tendremos que pedirle al Señor Resucitado que abra nuestro entendimiento para comprender y amar las Escrituras y para que seamos testigos de esto.
No quisiera terminar mi reflexión de este día sin volver a pediros que vivamos con alegria nuestra fe, con gozo, con esperanza.

El mundo necesita de corazones alegres que amen al Señor.

Que Dios os bendiga a todos y os colme de su Gracia.

Tomás Pajuelo. Párroco

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