Celebramos en este domingo la solemnidad de la Santísima Trinidad. En ella toda la Iglesia se hace confesión de la gloria de Dios, adoración y acción de gracias a la Santísima Trinidad, a la que fuimos consagrados en nuestro bautismo.
A partir de esa fecha, formamos parte de la familia de Dios: somos hijos del Padre, hermanos del Hijo y ungidos por el Espíritu. La Trinidad santa nos abre sus puertas, nos introduce en su intimidad y hace que participemos de la vida divina. La nuestra, en consecuencia, debe ser una vida "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", es decir en, con y para la Trinidad.
Para que tengamos siempre presente que esta debe ser nuestra aspiración más verdadera, en este día la Iglesia celebra cada año la jornada "Pro orantibus", dedicada especialmente a los monjes y monjas contemplativos. Nuestra Diócesis posee veinte monasterios de monjas y dos de monjes. En esta jornada damos gracias a Dios por este tesoro, verdadero torrente de gracia y de energía sobrenatural para todos nosotros. Hoy tenemos muy presentes en la oración a estos hermanos nuestros, que hacen de su vida una ofrenda a la Trinidad y una plegaria constante por todos nosotros. Ellos son testigos del amor más grande y de la vida en Dios y para Dios, que todos estamos llamados a vivir y de la que gozaremos definitivamente en el cielo. Con su testimonio nos están diciendo cuáles son los valores permanentes en los que debe afincarse nuestra vida, entre los que destaca como valor primero el reconocimiento explícito del primado de Dios, constantemente alabado, adorado, servido y amado con la mente, el alma y el corazón (Mt 22, 37).
Nuestros hermanos contemplativos nos recuerdan a todos nuestra vocación más autentica y nos enseñan a vivirla. Ellos oyeron un día la invitación del Señor a seguirle, lo dejaron todo y respondieron con prontitud a su llamada. Viviendo como Él en pobreza, castidad y obediencia, encarnan el espíritu de las Bienaventuranzas. En la soledad, el silencio, el culto divino, la ascesis, la oración y la mortificación, dedican su vida a la contemplación de Dios. Viviendo la vida comunitaria y siendo de verdad un sólo corazón y una sola alma, son para todos signo de fraternidad en medio de un mundo golpeado por tantas fracturas, heridas y divisiones.
El lema de la Jornada de este año es "La Palabra en el silencio.
Escuchar a Dios en la vida contemplativa". No podía ser otro, en vísperas del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios. En el origen de esta vocación peculiar está la Palabra personalísima, que entre brumas y oscuridades, un día les susurró en el oído: "Ven y sígueme", esa Palabra que después ha ido alimentando su vida interior a través de la Lectio divina, siendo la fuente primera de su oración y meditación y la inspiradora de su consagración religiosa.
Los contemplativos nos enseñan a apreciar y amar la Palabra de Dios, el camino más corto para conocer al Señor. Sólo se ama aquello que bien se conoce. Sólo amaremos de verdad al Señor y nos entusiasmaremos en su seguimiento e imitación, si nos dejamos fascinar por su vida, si de verdad le conocemos a través de la lectura asidua de su Palabra. Como nos dice San Jerónimo, "desconocer la Escritura es desconocer a Cristo", pues en ella se encuentra "la ciencia suprema de Cristo" (Fil 3,8). El autor de la carta a los Hebreos nos dice que "la Palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo" (4,12). Ella "puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados" (Hech 20,32); "ella nos enseña, nos convence, nos dirige a la justicia y nos lleva a la perfección" (2 Tim 3,16- 17). Pero su eficacia está condicionada a que nos dejemos modelar y transformar por ella. Sólo desde una actitud de conversión, la Palabra de Dios nos ayudará a reencontrar cada día el auténtico eje de nuestra vida que es el Señor, nuestro único centro, fuente de plenitud humana y de gozo espiritual.
La escucha de la Palabra de Dios tiene una dimensión personal. A través de la Escritura Santa, perennemente joven y actual, Dios habla con cada uno y tiene un mensaje para cada uno. La Palabra de Dios, además, edifica a la Iglesia. Por ello tenemos que leerla en comunión con la Iglesia y con su Tradición viva. El pasado mes de septiembre el Papa Benedicto XVI nos decía que "la Palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y se van. Lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La Palabra de Dios, por el contrario, es Palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre". Crezcamos en amor a la Palabra de Dios y oremos en este día por nuestros contemplativos. Para ellos y para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
Para que tengamos siempre presente que esta debe ser nuestra aspiración más verdadera, en este día la Iglesia celebra cada año la jornada "Pro orantibus", dedicada especialmente a los monjes y monjas contemplativos. Nuestra Diócesis posee veinte monasterios de monjas y dos de monjes. En esta jornada damos gracias a Dios por este tesoro, verdadero torrente de gracia y de energía sobrenatural para todos nosotros. Hoy tenemos muy presentes en la oración a estos hermanos nuestros, que hacen de su vida una ofrenda a la Trinidad y una plegaria constante por todos nosotros. Ellos son testigos del amor más grande y de la vida en Dios y para Dios, que todos estamos llamados a vivir y de la que gozaremos definitivamente en el cielo. Con su testimonio nos están diciendo cuáles son los valores permanentes en los que debe afincarse nuestra vida, entre los que destaca como valor primero el reconocimiento explícito del primado de Dios, constantemente alabado, adorado, servido y amado con la mente, el alma y el corazón (Mt 22, 37).
Nuestros hermanos contemplativos nos recuerdan a todos nuestra vocación más autentica y nos enseñan a vivirla. Ellos oyeron un día la invitación del Señor a seguirle, lo dejaron todo y respondieron con prontitud a su llamada. Viviendo como Él en pobreza, castidad y obediencia, encarnan el espíritu de las Bienaventuranzas. En la soledad, el silencio, el culto divino, la ascesis, la oración y la mortificación, dedican su vida a la contemplación de Dios. Viviendo la vida comunitaria y siendo de verdad un sólo corazón y una sola alma, son para todos signo de fraternidad en medio de un mundo golpeado por tantas fracturas, heridas y divisiones.
El lema de la Jornada de este año es "La Palabra en el silencio.
Escuchar a Dios en la vida contemplativa". No podía ser otro, en vísperas del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios. En el origen de esta vocación peculiar está la Palabra personalísima, que entre brumas y oscuridades, un día les susurró en el oído: "Ven y sígueme", esa Palabra que después ha ido alimentando su vida interior a través de la Lectio divina, siendo la fuente primera de su oración y meditación y la inspiradora de su consagración religiosa.
Los contemplativos nos enseñan a apreciar y amar la Palabra de Dios, el camino más corto para conocer al Señor. Sólo se ama aquello que bien se conoce. Sólo amaremos de verdad al Señor y nos entusiasmaremos en su seguimiento e imitación, si nos dejamos fascinar por su vida, si de verdad le conocemos a través de la lectura asidua de su Palabra. Como nos dice San Jerónimo, "desconocer la Escritura es desconocer a Cristo", pues en ella se encuentra "la ciencia suprema de Cristo" (Fil 3,8). El autor de la carta a los Hebreos nos dice que "la Palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo" (4,12). Ella "puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados" (Hech 20,32); "ella nos enseña, nos convence, nos dirige a la justicia y nos lleva a la perfección" (2 Tim 3,16- 17). Pero su eficacia está condicionada a que nos dejemos modelar y transformar por ella. Sólo desde una actitud de conversión, la Palabra de Dios nos ayudará a reencontrar cada día el auténtico eje de nuestra vida que es el Señor, nuestro único centro, fuente de plenitud humana y de gozo espiritual.
La escucha de la Palabra de Dios tiene una dimensión personal. A través de la Escritura Santa, perennemente joven y actual, Dios habla con cada uno y tiene un mensaje para cada uno. La Palabra de Dios, además, edifica a la Iglesia. Por ello tenemos que leerla en comunión con la Iglesia y con su Tradición viva. El pasado mes de septiembre el Papa Benedicto XVI nos decía que "la Palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y se van. Lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La Palabra de Dios, por el contrario, es Palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre". Crezcamos en amor a la Palabra de Dios y oremos en este día por nuestros contemplativos. Para ellos y para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
Juan J. Asenjo. Obispo de Córdoba.
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