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13/12/08

La verdadera fe es incolora

La verdadera fe es incolora, por decirlo así, como el aire y el agua; medio transparente a través del cual el alma ve a Cristo. Nuestros ojos no ven el aire y de la misma manera nuestra alma no se detiene a contemplar su propia fe. Cuando, por consiguiente, los hombres toman esta fe como si dijéramos en las manos, la inspeccionan curiosamente, la analizan, se absorben en ella, se ven forzados a materializarla, a darle color para que pueda ser tocada y vista. En otros términos, la sustituyen, colocan sobre ella, cierto sentimiento, cierta impresión, cierta idea, cierta convicción, algo en fin en que la atención pueda prenderse. Cristo les interesa menos que lo que llaman ellos sus experiencias. Los vemos trabajando para seguir en sí mismos los signos de la conversión, la variación de sus sentimientos aspiraciones y deseos: los vemos ponerse a conversar con los demás sobre todo esto. Ahora bien, no se charla en un campo de batalla; cuando los hombres se sienten impresionados por noticias buenas o malas, por espectáculos hermosos, admiran se regocijan, sufren, lloran, todo ello espontáneamente y sin reflexionar respecto a sus emociones... Así ocurre con la fe... Nuestros vecinos ven cómo vive nuestra alma, pero ésta, cuando se encuentra sana, ve solamente los objetos que la poseen. Tal es la diferencia entre la verdadera fe y la contemplación de sí mismo.
Cardenal John Henry Newman (1801-1890),
fue un presbítero anglicano convertido al catolicismo en 1845,
más tarde fue hecho Cardenal y en 1991 fue proclamado "Venerable".
Contribuyó notablemente a devolver la Iglesia de Inglaterra a sus raíces católicas.

Un querido amigo me hace ver que quizá esta cita pueda ser desentrañada para ayudar a una reflexionar sobre lo que expresa. En mi humilde criterio, el Cardenal Newman viene a ofrecernos varias perspectivas muy lúcidas:
  • Newman piensa que la fe no es algo tangible, ni por los 5 sentidos ni por los sentimientos de alegría o de ilusión al sabernos hijos de Dios y dar pasos en nuestro caminio de conversión, lo que Newman llama "experiencias" y "emociones".
  • Pero también es propio de la naturaleza humana el buscar e incluso el crear esos signos externos (experiencias y emociones) que visibilicen nuestra fe ante nosotros mismos e incluso ante los demás. Esto nos ayuda, pero esos signos no son la fe y precisamente Newman advierte de que no ocultemos dicha fe con los primeros ya que podemos ocultar a Cristo con ellos.
  • Es decir, la fe es como el aire o el agua puros, están ahí y son imprescindibles pero no tienen olor ni sabor, no es la fe -por ejemplo- una imagen bellísima que nos inspira a rezar a la Virgen, no es la fe una alegría inmensa al reconocer los signos de Dios en el mundo y en las personas; ello son, si no malinterpreto a Newman, signos: experiencias y emociones. Válidos como tales, pero no como sustitutos de la fe, es decir, esos signos no pueden, no deben "dar color" o hacer tangible nuestra fe, ya que la fe, es, tal cual.
  • Y esa fe, no "coloreada" por signos ni experiencias que captan nuestros esfuerzos, nuestros afanes por "convertirnos" y por observar esos signos de nuestra propia conversión; esa fe, según Newman, nos debe mover a actuar no para aumentar esos signos y experiencias para reconocernos cristianos fervorosos, sino que ha de impulsarnos a la acción cristiana, a la caridad, que se refleja en el amor a Dios y a nuestros semejantes como hijos de Dios y templos de Cristo.
  • En definitiva, que Newman nos alerta para que hagamos nuestra fe incolora, imperceptible a nuestros sentidos, y que dejemos que ella nos transforme y simplemente nos impulse a actuar en obras de Dios, en lugar de que la búsqueda por hacer visible nuestra fe a nuestros sentidos nos impida contemplar a Dios por estar contemplándonos a nosotros mismos.
Para terminar, lo anterior lo compararía a las diferencias entre el enamoramiento primero de una pareja y el amor maduro y fecundo de esa misma pareja al transcurrir los años. El amor inicial es emocionante, efervescente y sumerge a ambas personas en una continua búsqueda de emociones y experiencias que satisfagan sus aspiraciones y deseos sobre ese amor. Ello es bueno y así debe ser, supongo, pero es "colorear" el amor. Cuando ya ha pasado el tiempo, cuando el amor se ha consolidado con entregas, renuncias, alegrías y vivencias compartidas, cada miembro de la pareja no necesita ver al otro, escucharlo, hablar de su amor y regocijarse en las emociones que éste les produce a ambos; por contra, cada uno de los dos tiene la más profunda certeza y experiencia de ese amor (como la de la fe) y dicho amor contínuamente les empuja a la acción en obras de amor derramadas sobre la otra persona. Este último amor no está coloreado, es incoloro. Y es más verdadero y más fecundo.

Por tanto, la reflexión global que provoca el Cardenal Newman con esta cita podría resumirse en la cuestión: ¿nuestra fe es incolora o está tan coloreada por la búsqueda de experiencias de conversión que nos impiden ver (y dedicarnos) a Cristo en lugar de a nosotros mismos?

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