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20/12/09

«¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»

4º DOMINGO DE ADVIENTO

Lecturas: Miqueas 5, 1-4 // Salmo 79 // Hebreos 10, 5-10 // Lucas 1, 39-45

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Visitación de María a su prima Isabel. Mural de la Iglesia de la Santa Cruz en Pelendri (Chipre). Siglo XIVEn este último domingo de adviento las lecturas que se proclaman tienen ya un inconfundible y entrañable sabor a Navidad. La primera lectura del profeta Miqueas nos recuerda la grandeza de la pequeña aldea de Belén. Aunque geográficamente Belén en tiempos del nacimiento de Cristo era una pequeña aldea de pastores, se va a convertir en el centro del Universo, porque allí nacerá Jesucristo el Hijo de Dios Vivo. El profeta Miqueas, 400 años antes del Nacimiento del Señor ya anuncia la grandeza de Belén. Dios le inspira para que vaya preparando la venida de Jesús.

Belén, una aldeíta de las montañas se convierte en el lugar más importante de la Tierra, allí nacerá Dios. Para nosotros puede parecernos intrascendente este detalle, pero si nos fijamos con ojos de fe, se vuelve a cumplir la dinámica de Dios: hacer de lo pequeño e ignorado lo más grande. Así nosotros, pequeños y débiles con la Gracia de Dios podemos ser grandes. El Señor se fija en lo pequeño, en lo sencillo en lo que a los ojos del mundo no tiene importancia para así resaltar que con su Gracia todo se puede convertir en algo grande. El adviento es tiempo de empequeñecer nuestros pecados, nuestros egoísmos, nuestro yo para pueda nacer Jesucristo, para que Dios haga grande nuestras vidas. Es el último domingo de adviento, nos quedan sólo cuatro días para la Nochebuena, tenemos tiempo, aún podemos convertir nuestras vidas al Señor.

El camino del Señor nace de lo pequeño, así la Virgen, una joven de Nazaret, se pone en manos de Dios y acepta totalmente su voluntad e gracias a esa entrega pudo nacer Jesús. María acaba de saber por labios del arcángel Gabriel que va a ser la Madre de Dios. Que va a ser la mujer más grande de la historia, que en su seno se ha concebido al Hijo de Dios. Bueno pues ella no se llena de soberbia, de orgullo, de importancia... al contrario se pone en camino y se va a servir a su pariente Isabel que estaba también embarazada por una intervención gloriosa de Dios. No se le caen los anillos a la Virgen por ponerse a servir. Ella, la Madre de Dios, la Reina de todo lo creado, se pone a servir a Isabel.

¡Qué ejemplo el de la Virgen María! Ella sí que podía presumir o jactarse de la grandeza de su misión, de su persona. Al contrario, desde la sencillez, la humildad, un saber estar al servicio de Dios... no enseña cuál es el camino de la salvación. Nosotros, por desgracia, nos creemos importantes, nos gusta que nos alaben, que reconozcan nuestros méritos, que nos adulen... ¡se nos sube muy fácilmente la gloria a la cabeza! Miremos a la Virgen y contemplemos su vida y bajemos nuestros corazones del pedestal y pongámonos a trabajar ayudando y colaborando en la obra de la Salvación. Ella nos enseña cómo actuar para ser de verdad corazones entregados a Cristo, llenos del amor divino.

Aprovechemos este último domingo de adviento para desterrar de nuestras vidas todo lo que nos estorba para que la Gracia de Dios inunde nuestros corazones y siguiendo el ejemplo de la Virgen María, le sirvamos siempre con sencillez y humildad.
Tomás Pajuelo. Párroco

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