III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Lecturas: Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10 // Salmo 18 // 1ª Corintios 12, 12-14. 27 // Lucas 1, 1-4; 4,14-21
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
La liturgia de la Palabra de este domingo es una llamada apremiante a valorar la PALABRA DE DIOS. En la primera lectura del libro Nehemías, se narra un momento litúrgico del Pueblo de Israel, un momento en el que los sumos sacerdotes y los levitas proclaman, leen la Palabra de Dios al pueblo. En este relato podemos observar la veneración que el Pueblo de Israel tenía y tiene a la Sagrada Escritura. Ellos viven cada día en sus vidas la Verdad fundamental de la Palabra. Creen firmemente que la Biblia es la verdadera PALABRA DE DIOS para sus vidas. Vemos en este relato que cuando el sumo sacerdote muestra el libro de la Palabra de Dios, todos se ponen de pie, lo adoran y lo escuchan como Palabra de Dios dirigida a ellos, a sus vidas. Se proclama la Palabra de Dios, es explicada por los sacerdotes y levitas y TODO el pueblo está atento y la escucha con reverencia y devoción. Porque es Dios quien se dirige a ellos mediante la lectura de su Palabra.
El evangelista San Lucas, nos explica cómo el Señor le ha enviado a proclamar su evangelio y a poner por escrito todo lo que de Palabra y obra realizó Nuestro Señor Jesucristo. Le recuerda a la primera comunidad cristiana que la Palabra que han recibido y el evangelio que se les ha predicado es la Verdadera Palabra de Dios y así deben recibirla.
La liturgia de la Palabra de este domingo es una llamada apremiante a valorar la PALABRA DE DIOS. En la primera lectura del libro Nehemías, se narra un momento litúrgico del Pueblo de Israel, un momento en el que los sumos sacerdotes y los levitas proclaman, leen la Palabra de Dios al pueblo. En este relato podemos observar la veneración que el Pueblo de Israel tenía y tiene a la Sagrada Escritura. Ellos viven cada día en sus vidas la Verdad fundamental de la Palabra. Creen firmemente que la Biblia es la verdadera PALABRA DE DIOS para sus vidas. Vemos en este relato que cuando el sumo sacerdote muestra el libro de la Palabra de Dios, todos se ponen de pie, lo adoran y lo escuchan como Palabra de Dios dirigida a ellos, a sus vidas. Se proclama la Palabra de Dios, es explicada por los sacerdotes y levitas y TODO el pueblo está atento y la escucha con reverencia y devoción. Porque es Dios quien se dirige a ellos mediante la lectura de su Palabra.
El evangelista San Lucas, nos explica cómo el Señor le ha enviado a proclamar su evangelio y a poner por escrito todo lo que de Palabra y obra realizó Nuestro Señor Jesucristo. Le recuerda a la primera comunidad cristiana que la Palabra que han recibido y el evangelio que se les ha predicado es la Verdadera Palabra de Dios y así deben recibirla.
Cuando leía estos textos, yo, ministro de la Palabra por el sacramento del Orden Sacerdotal, me venía a la mente que en nuestros días no escuchamos ni recibimos con esa devoción y amor la Palabra de Dios que se nos proclama en cada Eucaristía.
Hace 100 años, el pueblo sencillo no podía leer la Sagrada Escritura porque estaba escrita en latín. Todos se quejaban porque el pueblo fiel no podía tener acceso a la lectura de la Palabra de Dios. Que la escuchaba en la misa pero que no se enteraba de nada puesto que al ser en latín no lo entendían. El Concilio Vaticano II, instauró la liturgia en las lenguas vernáculas. Se permitió desde ese momento que se celebrara la Eucaristía en la lengua propia de cada país o región. Se hizo el tremendo esfuerzo de traducir los textos bíblicos a todos los idiomas de la Tierra. Se hicieron innumerables versiones de la Biblia y cada cristiano podía tener ya la Biblia en casa para poder leer la Palabra de Dios.
En aquellos años todos tenían la esperanza y la ilusión que a partir de ese momento la Palabra de Dios iba a ser conocida, leída y rezada por todos los cristianos y cristianas porque ya esta traducida al español. Se tenía la ilusión que todos y todas leerían la Biblia, podrían conocer el Evangelio, la vida de Jesús, los apóstoles, etc. Era una gran ilusión pensar que lo que había estado oculto por el latín tantos siglos sería acercado a todos.
Han pasado más de 50 años del Concilio, todos tenemos Biblias, Nuevos Testamentos, Evangelios, etc. en nuestras casas. En el colegio los niños tienen sus biblias, en la catequesis, etc. Pero la Biblia sigue sin ser leída, da lo mismo que esté en chino, en latín o en español, la Biblia sigue sin leerse. Antes por el idioma y ahora porque no tenemos tiempo o no nos da la gana de leerla. Muchas veces la Biblia se ha convertido en un elemento decorativo más de nuestras casas. Acumulan polvo que tenemos que limpiar pero están sin abrir, casi con las hijas pegadas de no usarlas.
Estamos comenzando un año nuevo, hemos hecho muchos buenos propósitos para nuestra vida, pero ¿Nos hemos propuestos leer la Biblia en este año? ¿Brota en nosotros el deseo de leer lo que Dios nos quiere decir en su PALABRA? No digo yo que nos leamos la Biblia de tirón, pero al menos podríamos leer los textos de cada domingo, llegar a la misa habiendo leído los textos. Rezando previamente a Dios meditando su Palabra. Así, después de haberlos leídos, podremos escuchar la homilía con más atención porque sabremos de que va.
Creo que la gran asignatura pendiente de los cristianos católicos es leer la Biblia, conocer la PALABRA DE DIOS, vivirla, saberla, estudiarla, amarla. Que cuando se proclame en la misa pongamos todos nuestros sentidos para empaparnos de lo que Dios nos quiere decir, que escuchemos con respeto, atención y Fe la Palabra de Dios que se lee cada domingo en la Misa. Que nos situemos ante ella como el momento de la Semana en él que Dios se dirige a la comunidad reunida en su nombre para orientar e iluminar nuestras vidas con su Palabra. Que la escuchemos con el mismo respeto y devoción como la escuchaba el Pueblo de Israel, como hemos leído hoy en el profeta Nehemías. Que seamos conscientes que en el momento de las lecturas es el mismo Dios el que se dirige a nosotros. Así, los laicos que se acercan a proclamar la Palabra de Dios, deberían ser consciente que en ese momento, están prestando su voz al mismísimo Dios para hacer que su Palabra llegue a los hermanos. Que debo poner todo el empeño, atención y hacerlo con la conciencia clara que gracias a mí generosidad al salir a leer las lecturas, la comunidad parroquial puede escuchar a Dios que les habla. Conciencia clara que debo hacerlo lo mejor que sepa y preparármelo con antelación porque mi labor es muy importante, hacer que la VERDADERA PALABRA DE DIOS, resuene en la Celebración.
Hace 100 años, el pueblo sencillo no podía leer la Sagrada Escritura porque estaba escrita en latín. Todos se quejaban porque el pueblo fiel no podía tener acceso a la lectura de la Palabra de Dios. Que la escuchaba en la misa pero que no se enteraba de nada puesto que al ser en latín no lo entendían. El Concilio Vaticano II, instauró la liturgia en las lenguas vernáculas. Se permitió desde ese momento que se celebrara la Eucaristía en la lengua propia de cada país o región. Se hizo el tremendo esfuerzo de traducir los textos bíblicos a todos los idiomas de la Tierra. Se hicieron innumerables versiones de la Biblia y cada cristiano podía tener ya la Biblia en casa para poder leer la Palabra de Dios.
En aquellos años todos tenían la esperanza y la ilusión que a partir de ese momento la Palabra de Dios iba a ser conocida, leída y rezada por todos los cristianos y cristianas porque ya esta traducida al español. Se tenía la ilusión que todos y todas leerían la Biblia, podrían conocer el Evangelio, la vida de Jesús, los apóstoles, etc. Era una gran ilusión pensar que lo que había estado oculto por el latín tantos siglos sería acercado a todos.
Han pasado más de 50 años del Concilio, todos tenemos Biblias, Nuevos Testamentos, Evangelios, etc. en nuestras casas. En el colegio los niños tienen sus biblias, en la catequesis, etc. Pero la Biblia sigue sin ser leída, da lo mismo que esté en chino, en latín o en español, la Biblia sigue sin leerse. Antes por el idioma y ahora porque no tenemos tiempo o no nos da la gana de leerla. Muchas veces la Biblia se ha convertido en un elemento decorativo más de nuestras casas. Acumulan polvo que tenemos que limpiar pero están sin abrir, casi con las hijas pegadas de no usarlas.
Estamos comenzando un año nuevo, hemos hecho muchos buenos propósitos para nuestra vida, pero ¿Nos hemos propuestos leer la Biblia en este año? ¿Brota en nosotros el deseo de leer lo que Dios nos quiere decir en su PALABRA? No digo yo que nos leamos la Biblia de tirón, pero al menos podríamos leer los textos de cada domingo, llegar a la misa habiendo leído los textos. Rezando previamente a Dios meditando su Palabra. Así, después de haberlos leídos, podremos escuchar la homilía con más atención porque sabremos de que va.
Creo que la gran asignatura pendiente de los cristianos católicos es leer la Biblia, conocer la PALABRA DE DIOS, vivirla, saberla, estudiarla, amarla. Que cuando se proclame en la misa pongamos todos nuestros sentidos para empaparnos de lo que Dios nos quiere decir, que escuchemos con respeto, atención y Fe la Palabra de Dios que se lee cada domingo en la Misa. Que nos situemos ante ella como el momento de la Semana en él que Dios se dirige a la comunidad reunida en su nombre para orientar e iluminar nuestras vidas con su Palabra. Que la escuchemos con el mismo respeto y devoción como la escuchaba el Pueblo de Israel, como hemos leído hoy en el profeta Nehemías. Que seamos conscientes que en el momento de las lecturas es el mismo Dios el que se dirige a nosotros. Así, los laicos que se acercan a proclamar la Palabra de Dios, deberían ser consciente que en ese momento, están prestando su voz al mismísimo Dios para hacer que su Palabra llegue a los hermanos. Que debo poner todo el empeño, atención y hacerlo con la conciencia clara que gracias a mí generosidad al salir a leer las lecturas, la comunidad parroquial puede escuchar a Dios que les habla. Conciencia clara que debo hacerlo lo mejor que sepa y preparármelo con antelación porque mi labor es muy importante, hacer que la VERDADERA PALABRA DE DIOS, resuene en la Celebración.
Tomás Pajuelo. Párroco
0 comentarios:
Publicar un comentario
Desde la afinidad o la discrepancia, pero siempre con respeto, te animamos a participar.
Por unas mínimas bases de hermandad, afecto y consideración, los comentarios anónimos inapropiados serán borrados.