Dios todo grande y poderoso, se ha querido hacer pequeño para acercarse al hombre. Hay en la debilidad de ese comportamiento de Dios auténtica grandeza: la de quien te ama sin interés y te quiere por ti mismo.
Dios no se contenta con amar desde su morada, sino que con su Hijo planta su tienda en la existencia humana, se hace carne para buscar y salvar lo perdido. Quiere compartir nuestra pequeñez, nuestra pobreza, nuestro pecado y llega por nosotros hasta el último extremo, padecer una muerte injusta para que todos tengamos VIDA.
Dios no se contenta con amar desde su morada, sino que con su Hijo planta su tienda en la existencia humana, se hace carne para buscar y salvar lo perdido. Quiere compartir nuestra pequeñez, nuestra pobreza, nuestro pecado y llega por nosotros hasta el último extremo, padecer una muerte injusta para que todos tengamos VIDA.
Se te ha dado mucho y mucho se te pedirá. El amor es siempre exigente, pero a la vez es misericordioso, a pesar de nuestras infidelidades nunca nos abandona. “El Señor es mi Pastor, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”. El siempre va conmigo. En la oración, yo voy con Él.
Pero la vida de oración es dinámica, nada hay más opuesto a la vida de oración que la pasividad. La oración, remueve, cuestiona, inquieta. La oración nos pone en actitud de apertura a la voluntad de Dios. Descubre todas las miserias del corazón para enfrentarlas y transformarlas poniendo nuestro corazón de barro en sus manos para que lo transforme y lo haga misericordioso y compasivo como el suyo. La oración que no lleva a un cambio de vida debe ser cuestionada. La verdadera oración se manifiesta en los frutos.
En la oración busco parecerme cada día más a Jesús y una fórmula muy sencilla para parecerme más a Él, es preguntarme en cada situación que se me presente: ¿qué haría Jesús en mi lugar?. Si esto lo hacemos a lo largo del día con frecuencia iremos transformándonos de tal manera que podremos decir como san Pablo: “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
Textos que podemos meditar: Juan 10, 11-18 - Salmo 23 - Lucas 10, 38-42 - Marcos 10, 35-45 - Juan 3, 14-18 - Gálatas 2, 17-21 - Salmo 84 - Romanos 2, 15-21.
Pero la vida de oración es dinámica, nada hay más opuesto a la vida de oración que la pasividad. La oración, remueve, cuestiona, inquieta. La oración nos pone en actitud de apertura a la voluntad de Dios. Descubre todas las miserias del corazón para enfrentarlas y transformarlas poniendo nuestro corazón de barro en sus manos para que lo transforme y lo haga misericordioso y compasivo como el suyo. La oración que no lleva a un cambio de vida debe ser cuestionada. La verdadera oración se manifiesta en los frutos.
En la oración busco parecerme cada día más a Jesús y una fórmula muy sencilla para parecerme más a Él, es preguntarme en cada situación que se me presente: ¿qué haría Jesús en mi lugar?. Si esto lo hacemos a lo largo del día con frecuencia iremos transformándonos de tal manera que podremos decir como san Pablo: “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
Textos que podemos meditar: Juan 10, 11-18 - Salmo 23 - Lucas 10, 38-42 - Marcos 10, 35-45 - Juan 3, 14-18 - Gálatas 2, 17-21 - Salmo 84 - Romanos 2, 15-21.
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