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15/2/09

«Si quieres, puedes limpiarme»

Domingo VI del Tiempo Ordinario

Lecturas: Levítico 13, 1-2.44-46 // Salmo 31 // 1 Corintios 10, 31-11,1 // Marcos 1, 40-45

Imagen de un grabado que representa a Jesus compadeciendose del leprosoHoy la Palabra de Dios nos presenta un nuevo encuentro de un necesitado, en este caso un leproso, con Cristo y cómo ese encuentro cambia radicalmente su vida.

Hace unos días, peregrinábamos a S. Pablo y recordábamos la conversión de este insigne apóstol. Cómo su encuentro con Cristo camino de Damasco transformó radicalmente su existencia y pasó de perseguir a la Iglesia y a los cristianos, a entregar su vida por Cristo y el Evangelio.

Hoy contemplamos la figura de un leproso que se acerca a Cristo y de ese encuentro sale transformado. Ser leproso en la época de Jesús, no era simplemente estar enfermo, o ser contagioso. Eran considerados los más pecadores del mundo, tan pecadores que Dios los había castigado con la marca del pecado en su carne, en su vida: la Lepra.

Eran apartados de la comunidad, nadie podía acercarse ellos, ni para ayudarles, sin caer en la impureza ritual. No sólo eran apartados para evitar el contagio de la enfermedad, eran apartados de todo, por ser marcados por Dios como PECADORES. Se les privaba de toda pertenencia civil y religiosa al pueblo de Dios, eran los pobres entre los pobres, pobres porque no tenían nada, ni tan siquiera ser miembros del pueblo de Dios. Eran los no-pueblo.

Este leproso se acerca a Cristo, Jesús lo acoge con misericordia, siente pena entrañable por él y le dice «Quiero curarte: queda limpio». Aquel hombre se siente de repente, curado, se le concede el poder ser miembro de la comunidad, puede recuperar su dignidad de persona. Es otro hombre, su vida cambia totalmente, vuelve a la vida con todos, puede entrar en el templo, en la sinagogas, en las ciudades, puede relacionarse de tú a tú con los demás.

Jesús le manda ir al templo, para que así todos vean que se le ha devuelto su dignidad de miembro del pueblo de Dios. Que en el templo ofrezca la acción de gracias y que por favor no lo diga a nadie, porque Jesús no hace sus milagros como actuaciones para que la gente lo buscase, o espectáculos para ganar auditorio. Los hace, como presencia del Reino, de la Salvación de Dios en el mundo. Aquel hombre que se ha encontrado en su vida con Cristo, con el Mesías, que ha experimentado su Salvación, que le ha devuelto su dignidad, NO puede callarse, tiene que contarlo, tiene que dar testimonio de la Salvación.

Nosotros seguimos manchados muchas veces por la lepra del pecado, y hemos asumido casi que no podemos salir de él. No valoramos la Salvación que Dios nos ofrece, el perdón que Él nos da. Cuando uno se encuentra realmente liberado del pecado, cuando uno tiene la experiencia radical en su vida del encuentro vivo con Jesús, la vida cambia. Uno siente de verdad que es un hombre nuevo, que ha sido transformado por Cristo. Su vida no puede ocultar esta profunda experiencia de amor de Dios, predica, actúa, vive alabando a Dios.

Meditemos sinceramente cómo vivimos nosotros los sacramentos, verdaderos momentos que me permiten encontrarme con Cristo vivo en el día de hoy. Pensemos cómo vivimos la Eucaristía, la Comunión, el perdón en el sacramento de la confesión. ¿Son verdaderos encuentros con el Señor Jesús? ¿Cambian en algo mi vida? Porque todo el que se encuentra cara a cara con Cristo no puede seguir siendo el mismo.Quizás la rutina, la desidia, la falta de fe nos impide acercarnos a vivir plenamente ese encuentro de Salvación con Cristo.

Os garantizo que es posible, que con que pongamos un poquito de nuestra parte el Señor nos da el ciento por uno. Que cuando uno se siente perdonado, amado en manos del Señor la vida tiene otro color, otra alegría, otra paz.


Tomás Pajuelo. Párroco

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