En las cuatro últimas semanas se han tratado en la catequesis tres cuestiones muy relacionadas entre sí: los mandamientos que Dios nos ha dado (temas 8 y 9), la libertad que tenemos para decir sí o no a Dios (tema 10), y el perdón de Jesús que la Iglesia nos da a través del sacramento de la Reconciliación (tema 11).
Los mandamientos de Dios
A través de la observación de nuestro entorno nos damos cuenta de que las normas son necesarias para convivir y ser felices, aunque a veces nos cueste cumplirlas.
Dios nos ama, y por eso, nos ha dado unos mandamientos (normas) para que nos respetemos y seamos felices. Algunos de esos mandamientos nos hacen respetar a Dios (ej. amaras a Dios sobre todas las cosas, santificarás las fiestas,...), otros nos obligan al respeto a nosotros mismos (ej. no cometerás actos impuros,...) y otros nos obligan al respeto a nuestro prójimo (ej. no matarás, no robarás,...).
Los niños comprenden sin reticencias que los mandamientos no son un castigo sino un regalo de Dios. Es llamativo como su razonamiento sencillo y sin prejuicios les lleva a una conclusión que se contrapone a la argumentación que pretenden ‘vendernos’ en estas fechas a través de la publicidad ateísta en autobuses urbanos.
De entre los mandamientos que Dios nos ha dado, Jesús nos enseña (Mt 22, 35-40) que los más importantes son “Amar a Dios sobre todas las cosas” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Lo importante es amar, y en la medida que amemos los demás mandamientos los cumpliremos por añadidura; y estaremos agradando a Dios.
Podemos decir «Sí» o «No» a Dios
Dios nos ha hecho libres para elegir lo que queremos. Él quiere que digamos sí al amor que nos tiene y que todos estemos con Él un día en su reino, pero nos da la libertad para elegir.
¿Cómo decimos sí al amor de Dios? Con nuestras acciones. Leemos en este punto la parábola del hombre que tenía dos hijos (Mt 21, 28-32) en la que nos explicaba Jesús que el que había hecho la voluntad del padre era el que había hecho lo que éste le había pedido: “Obras son amores y no buenas razones”.
Por último, reflexionamos sobre cómo cuando elegimos el bien somos más felices, y en cambio el mal nos entristece.
La Iglesia nos da el perdón de Jesús
A pesar de nuestros buenos propósitos, por el cansancio o porque nos vence la tentación, hay veces (más de las que deberíamos) en que dejamos de hacer las cosas bien, perdemos el camino de Jesús y nos alejamos de Dios y nuestros hermanos. Cuando pecamos construimos un muro que nos separa de Dios y que hemos de derribar con nuestro arrepentimiento y gracias al perdón que Él siempre nos da.
En la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-31) Jesús nos enseña cómo nos perdona Dios. Es necesario examinar nuestra conciencia (el hijo reflexiona sobre cómo ha obrado mal), un arrepentimiento sincero, pedir perdón (el hijo vuelve a la casa de su padre para implorarle perdón), y por último recibir el perdón de Dios, que siempre nos acoge: “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15, 3-7).
Para finalizar este tema recordamos las palabras de Jesús en las que mandó a sus apóstoles (la Iglesia) que, en su nombre, perdonasen los pecados, instituyendo así el sacramento de la Reconciliación: “A quienes le perdonéis los pecados, les serán perdonados” (Jn 20,23).
Por este mandato la Iglesia nos da el perdón de Dios en el sacramento de la confesión, en el que pedimos el perdón a Dios, sabiendo que Él nos perdona.
Los mandamientos de Dios
A través de la observación de nuestro entorno nos damos cuenta de que las normas son necesarias para convivir y ser felices, aunque a veces nos cueste cumplirlas.
Dios nos ama, y por eso, nos ha dado unos mandamientos (normas) para que nos respetemos y seamos felices. Algunos de esos mandamientos nos hacen respetar a Dios (ej. amaras a Dios sobre todas las cosas, santificarás las fiestas,...), otros nos obligan al respeto a nosotros mismos (ej. no cometerás actos impuros,...) y otros nos obligan al respeto a nuestro prójimo (ej. no matarás, no robarás,...).
Los niños comprenden sin reticencias que los mandamientos no son un castigo sino un regalo de Dios. Es llamativo como su razonamiento sencillo y sin prejuicios les lleva a una conclusión que se contrapone a la argumentación que pretenden ‘vendernos’ en estas fechas a través de la publicidad ateísta en autobuses urbanos.
De entre los mandamientos que Dios nos ha dado, Jesús nos enseña (Mt 22, 35-40) que los más importantes son “Amar a Dios sobre todas las cosas” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Lo importante es amar, y en la medida que amemos los demás mandamientos los cumpliremos por añadidura; y estaremos agradando a Dios.
Podemos decir «Sí» o «No» a Dios
Dios nos ha hecho libres para elegir lo que queremos. Él quiere que digamos sí al amor que nos tiene y que todos estemos con Él un día en su reino, pero nos da la libertad para elegir.
¿Cómo decimos sí al amor de Dios? Con nuestras acciones. Leemos en este punto la parábola del hombre que tenía dos hijos (Mt 21, 28-32) en la que nos explicaba Jesús que el que había hecho la voluntad del padre era el que había hecho lo que éste le había pedido: “Obras son amores y no buenas razones”.
Por último, reflexionamos sobre cómo cuando elegimos el bien somos más felices, y en cambio el mal nos entristece.
La Iglesia nos da el perdón de Jesús
A pesar de nuestros buenos propósitos, por el cansancio o porque nos vence la tentación, hay veces (más de las que deberíamos) en que dejamos de hacer las cosas bien, perdemos el camino de Jesús y nos alejamos de Dios y nuestros hermanos. Cuando pecamos construimos un muro que nos separa de Dios y que hemos de derribar con nuestro arrepentimiento y gracias al perdón que Él siempre nos da.
En la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-31) Jesús nos enseña cómo nos perdona Dios. Es necesario examinar nuestra conciencia (el hijo reflexiona sobre cómo ha obrado mal), un arrepentimiento sincero, pedir perdón (el hijo vuelve a la casa de su padre para implorarle perdón), y por último recibir el perdón de Dios, que siempre nos acoge: “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15, 3-7).
Para finalizar este tema recordamos las palabras de Jesús en las que mandó a sus apóstoles (la Iglesia) que, en su nombre, perdonasen los pecados, instituyendo así el sacramento de la Reconciliación: “A quienes le perdonéis los pecados, les serán perdonados” (Jn 20,23).
Por este mandato la Iglesia nos da el perdón de Dios en el sacramento de la confesión, en el que pedimos el perdón a Dios, sabiendo que Él nos perdona.
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