En el discurso pronunciado por el Papa Benedicto XVI en la Vigilia del V Encuentro Mundial de las Familias de Valencia, en la noche del 8 de julio de 2006, nos dijo el Santo Padre que los desafíos de la sociedad actual, marcada por la dispersión que se genera sobre todo en el ámbito urbano, hacen necesario garantizar que las familias no están solas. Por ello, la Iglesia tiene la responsabilidad de ofrecer acompañamiento, estímulo y alimento espiritual que fortalezca la cohesión familiar, sobre todo en las pruebas o momentos críticos. En este sentido, animó el Papa a todas las instituciones eclesiales, Diócesis, parroquias y asociaciones que trabajan en esta pastoral específica a crear redes de apoyo y mano cercana de la Iglesia para el crecimiento de la familia en la fe y el robustecimiento de la unidad del matrimonio.
Más recientemente, concretamente el pasado 26 de septiembre, en un discurso pronunciado ante los participantes en el encuentro internacional del movimiento Retrouvaille, que desde hace treinta años trabaja al servicio de matrimonios en dificultades, se refirió el Papa a las crisis conyugales, que en sus fases más agudas tantas parejas viven como una pesadilla, con inmenso dolor y desesperanza, con una evidente sensación de fracaso, como la prueba de que el sueño ha terminado y que, por desgracia, “no hay nada que hacer”. Las más de las veces estas crisis terminan en separaciones y divorcios, que se han convertido, a juicio del Papa, en “una emergencia muy sentida”.
Ante estas situaciones, tan frecuentes por desgracia en nuestros días, es preciso que la Iglesia acompañe a estos esposos, les ayude a reconstruir sus relaciones a través de personas que viven con gozo su vida matrimonial y que están dispuestas a compartir algo de su propia esperanza con quienes la han perdido. Las crisis matrimoniales, de suyo, no tienen por qué terminar inevitablemente en ruptura. Crisis es sinónimo de lucha y de tensión espiritual. Pueden y deben ser ocasión de crecimiento, de purificación, de maduración y fortalecimiento del amor conyugal. Todo ello es posible desde la fe, con la ayuda de Dios, y con la ayuda de personas que se brindan a acompañar a los matrimonios problematizados, que les escuchan y alientan para que redescubran el tesoro escondido del matrimonio, personas que soplan en los pequeños rescoldos del amor que queda todavía y que han quedado sepultados bajo las cenizas. La verdad es que este servicio fraterno no sintoniza con la mentalidad hoy imperante. Son muchos los que, ante la crisis de un matrimonio, se aprestan enseguida a aconsejarle la separación o el divorcio, haciendo de la crisis un camino sin retorno, cuando podría solucionarse con el diálogo y la generosidad entre la pareja y la ayuda y el acompañamiento de la Iglesia a través de las personas que ponen sus conocimientos y su tiempo para servir a los matrimonios en dificultades.
Respondiendo a las recomendaciones del Papa y a una necesidad muy real, nuestra Diócesis, bajo la responsabilidad y dirección última de los Delegados Diocesanos de Familia y Vida, ha creado en los dos últimos años tres Centros de Orientación Familiar (COF), en Lucena, para la Vicaría de la Campiña; en Peñarroya-Pueblonuevo, para la Vicaría de la Sierra; y en Córdoba capital para las Vicarías de la Ciudad y del Valle del Guadalquivir, que en estos momentos tiene su sede en la calle Horno de la Trinidad y que dentro de unos días comenzará a funcionar en la calle Doctor Fleming. A lo largo del curso pastoral, los Centros de Orientación Familiar además de organizar conferencias y sesiones de formación sobre temas de familia, prestan servicios de asesoramiento en los campos de la orientación, la terapia y la mediación familiar, la ayuda psicológica para niños, el asesoramiento ginecológico, y el asesoramiento legal y en derecho canónico para matrimonios. Prestan también servicios de formación de monitores para estos tres campos específicos: escuelas de padres, reconocimiento de la fertilidad de la pareja y educación afectivo-sexual para adolescentes según el método Teen Star.
Concluyo mi carta semanal pidiendo a los sacerdotes, consagrados y miembros de grupos y movimientos apostólicos que den a conocer la existencia de estos Centros y que recomienden a las familias que precisan ayuda utilizar sus servicios. Es mucho el bien que desde ellos podemos hacer a las familias. Soy testigo de primera mano. Que en esta importante obra apostólica nos ayude la Sagrada Familia de Nazareth, a quien confío el trabajo de los Centros. Que la Santísima Virgen, que santificó con su presencia en las bodas de Caná la institución matrimonial, y a la que en las letanías invocamos como Reina de la familia, acompañe a cuantos de forma desinteresada y generosa están implicados en esta pastoral tan urgente y necesaria.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
Ante estas situaciones, tan frecuentes por desgracia en nuestros días, es preciso que la Iglesia acompañe a estos esposos, les ayude a reconstruir sus relaciones a través de personas que viven con gozo su vida matrimonial y que están dispuestas a compartir algo de su propia esperanza con quienes la han perdido. Las crisis matrimoniales, de suyo, no tienen por qué terminar inevitablemente en ruptura. Crisis es sinónimo de lucha y de tensión espiritual. Pueden y deben ser ocasión de crecimiento, de purificación, de maduración y fortalecimiento del amor conyugal. Todo ello es posible desde la fe, con la ayuda de Dios, y con la ayuda de personas que se brindan a acompañar a los matrimonios problematizados, que les escuchan y alientan para que redescubran el tesoro escondido del matrimonio, personas que soplan en los pequeños rescoldos del amor que queda todavía y que han quedado sepultados bajo las cenizas. La verdad es que este servicio fraterno no sintoniza con la mentalidad hoy imperante. Son muchos los que, ante la crisis de un matrimonio, se aprestan enseguida a aconsejarle la separación o el divorcio, haciendo de la crisis un camino sin retorno, cuando podría solucionarse con el diálogo y la generosidad entre la pareja y la ayuda y el acompañamiento de la Iglesia a través de las personas que ponen sus conocimientos y su tiempo para servir a los matrimonios en dificultades.
Respondiendo a las recomendaciones del Papa y a una necesidad muy real, nuestra Diócesis, bajo la responsabilidad y dirección última de los Delegados Diocesanos de Familia y Vida, ha creado en los dos últimos años tres Centros de Orientación Familiar (COF), en Lucena, para la Vicaría de la Campiña; en Peñarroya-Pueblonuevo, para la Vicaría de la Sierra; y en Córdoba capital para las Vicarías de la Ciudad y del Valle del Guadalquivir, que en estos momentos tiene su sede en la calle Horno de la Trinidad y que dentro de unos días comenzará a funcionar en la calle Doctor Fleming. A lo largo del curso pastoral, los Centros de Orientación Familiar además de organizar conferencias y sesiones de formación sobre temas de familia, prestan servicios de asesoramiento en los campos de la orientación, la terapia y la mediación familiar, la ayuda psicológica para niños, el asesoramiento ginecológico, y el asesoramiento legal y en derecho canónico para matrimonios. Prestan también servicios de formación de monitores para estos tres campos específicos: escuelas de padres, reconocimiento de la fertilidad de la pareja y educación afectivo-sexual para adolescentes según el método Teen Star.
Concluyo mi carta semanal pidiendo a los sacerdotes, consagrados y miembros de grupos y movimientos apostólicos que den a conocer la existencia de estos Centros y que recomienden a las familias que precisan ayuda utilizar sus servicios. Es mucho el bien que desde ellos podemos hacer a las familias. Soy testigo de primera mano. Que en esta importante obra apostólica nos ayude la Sagrada Familia de Nazareth, a quien confío el trabajo de los Centros. Que la Santísima Virgen, que santificó con su presencia en las bodas de Caná la institución matrimonial, y a la que en las letanías invocamos como Reina de la familia, acompañe a cuantos de forma desinteresada y generosa están implicados en esta pastoral tan urgente y necesaria.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
Juan J. Asenjo. Obispo de Córdoba.
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