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12/10/08

«Como Pablo, misionero por vocación»

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:
Juan José Asenjo. Obispo de Córdoba

El próximo domingo, 19 de octubre, celebraremos el día del DOMUND. Con este motivo, el Papa Benedicto XVI nos ha dirigido un mensaje sobre la urgencia de anunciar el Evangelio. Citando a Pablo VI, nos ha recordado que “evangelizar constituye… la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda”. Por ello, el mandato misionero continúa siendo una prioridad absoluta para todos los bautizados. En el Año de San Pablo, el Papa nos propone al Apóstol como modelo de espíritu apostólico, para que todos seamos como él, “siervos y apóstoles de Cristo Jesús” (Rm 1,1).
Afirma el Papa que la humanidad tiene necesidad de ser liberada y redimida. La humanidad sufre y espera la verdadera libertad, un mundo diferente y mejor, que sólo será posible con el empeño de unos hombres y mujeres nuevos que viven como hijos de Dios. El futuro encierra graves amenazas. En muchos casos, la violencia rige las relaciones entre los individuos y los pueblos; la pobreza oprime a millones de hermanos nuestros; las persecuciones por motivos raciales y religiosos empujan a muchas personas a huir de sus países; el progreso, cuando no respeta la dignidad del hombre, ni busca su bien ni el desarrollo solidario, agudiza los desequilibrios e injusticias y sume a millones de hombres y mujeres en la desesperación. Por otra parte, el futuro del hombre está amenazado por la falta de respeto al medio ambiente y a la vida humana concebida y no nacida o en su ocaso.

Ante este escenario, se pregunta el Papa si hay esperanza para la humanidad y cómo será ese futuro. Responde que a los creyentes la respuesta nos viene del Evangelio: Cristo es nuestro futuro, el encuentro con Él “cambia la vida, da la esperanza, abre de par en par la puerta oscura del tiempo e ilumina el futuro de la humanidad y del universo”. Para San Pablo, sólo en Cristo la humanidad puede encontrar redención y esperanza. Por ello siente la urgencia de “anunciar la promesa de vida en Cristo Jesús” (2 Tm 1, 1), “nuestra esperanza” (1 Tm, 1, 1), para que todos los hombres puedan disfrutar de esta herencia y ser partícipes de la promesa por medio del Evangelio. Para él, la humanidad sin Cristo, está “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef 2, 12), sin la esperanza que sostiene la vida.

Por ello, es un deber apremiante para todos anunciar a Cristo y su mensaje de salvación. “¡Ay de mí –afirmaba San Pablo– si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9, 16). Su encuentro con Cristo en el camino de Damasco le impulsa a recorrer todos los caminos del mundo entonces conocido para anunciar a Jesucristo, fundando comunidades, haciéndose “todo para todos para salvar a toda costa a algunos” (1 Cor 9, 22).

La experiencia de Pablo nos dice que la actividad misionera es respuesta al amor con que Dios nos ama. La experiencia de su amor nos empuja a la misión. A través de ella crece en la humanidad la armonía, la justicia, la comunión entre las personas, las razas y los pueblos. Dios, que es Amor, es quien llama a los evangelizadores y comparte con ellos la ternura, la compasión, la acogida, la disponibilidad, el interés por los problemas de las personas. Por ello, lo dejan todo, para dedicarse incondicionalmente a esparcir en el mundo el perfume de la caridad de Cristo.

El mandato de Cristo de evangelizar a todas las gentes continúa siendo una prioridad. Son muchos los que esperan el anuncio del Evangelio, sedientos de esperanza y de amor. Gracias a Dios, siguen siendo muchos los hombres y mujeres que dejan todo por Cristo y comparten con sus hermanos la fe y el amor a Él. Pero la misión no les urge a ellos solos. Todos estamos comprometidos en el anuncio del Evangelio, que como en el caso de San Pablo, es un deber y un gozo (1 Cor 9, 16). Este deber nos atañe en primer lugar a los obispos, que hemos sido ordenados no sólo para nuestras diócesis, sino para la salvación de todo el mundo. Por ello, nos urge más que a nadie la solicitud por la Iglesia universal y la solicitud misionera, procurando que toda la comunidad diocesana sea misionera, enviando recursos y sobre todo presbíteros y laicos a colaborar en la evangelización en otras Iglesias.

Urge también a los sacerdotes, llamados a crear el entusiasmo por las misiones en sus parroquias y a mostrarse disponibles si el Señor les llama a compartir sus dones en la misión ad gentes. Urge a los contemplativos, que oran y se inmolan por las misiones, y a los religiosos de vida activa, que tantos servicios han prestado y siguen prestando a la evangelización en países lejanos. Urge, por fin, a los fieles laicos, llamados a ser evangelizadores y misioneros en virtud de su bautismo y del don del Espíritu recibido en la confirmación.

Termino rogando a los sacerdotes, catequistas, y profesores de Religión y de la escuela católica que se impliquen a fondo en la campaña del DOMUND, programando actos de oración por las misiones y los misioneros, pues la oración de todos, y muy especialmente de los enfermos, de los que sufren y de los contemplativos, es el alma de la misión. Les pido también que hagan con todo esmero la colecta. Concluyo manifestando mi gratitud a los miembros de la Delegación Diocesana, que con tanto entusiasmo y generosidad trabajan en el servicio a la misión. Que el Señor premie a todos sus miembros con muchos dones sobrenaturales y haga que todas sus actividades e iniciativas, contribuyan a fortalecer en nuestra Diócesis el amor por las misiones. Que la Santísima Virgen nos ayude a todos a tomar conciencia de que somos misioneros, es decir, enviados por el Señor a ser sus testigos en todas las circunstancias de nuestra vida.

Para todos, y muy especialmente para nuestros misioneros y misioneras diocesanos, mi saludo fraterno y mi bendición.

Juan J. Asenjo. Obispo de Córdoba.

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